De la edición con software libre a la edición libre 09/09/2021 – Publicado en: Blog, Edición – Etiquetas: ,

Por Nika Zhenya

Mi blogPublishing is Coding: Change My Mind, empezó hace poco más de dos años con una entrada con el mismo título de este escrito. En su primera oración decía: «Este blog es acerca de “edición libre” pero ¿qué quiere decir eso?». Aunque parezca demasiado pronto para hacer una revisión, las nuevas políticas culturales estatales y una pandemia me llevan de nuevo a la pregunta acerca de las libertades posibles en un contexto de producción editorial.

Entonces, empezaré primero con el contexto del sintagma «edición libre». La carencia de infraestructura para el acceso a bibliografía en mi ciudad natal, Colima, me llevó a la necesidad de digitalizar publicaciones. Entre viajes a Guadalajara o Ciudad de México, junto con otros compañeros de la licenciatura nos dábamos la tarea de fotocopiar tanto material se pudiera para después escanearlo. Lo que en un primer momento fue la búsqueda por satisfacer la necesidad y el deseo de leer poco a poco mutó en un interés por el oficio de la edición.

Los responsables de ello fueron un formato de libro electrónico y el software de lectura disponible que, vaya paradoja, dificultaban la lectura. ¿Cuántas veces has abandonado la lectura de una publicación por un zoom que no se ajusta a tus ojos y un programa que no te deja hacer mucho con el PDF? Cuanto más digitalizábamos para tener un PDF con reconocimiento óptico de caracteres (OCR), más nos percatábamos que, para una lectura tendida en pantalla, este formato y su ecosistema no era el más pertinente.

Los libros electrónicos en PDF permiten tener en digital un facsimilar para consulta o conservación, aunque en ese sentido el formato DjVu sea más conveniente. Pero en nuestro caso necesitábamos un formato que nos permitiera leer en pantalla de manera sencilla, ligera y sin cansancio. Para ello descubrimos que la extracción del OCR nos permitía dar un contenido adaptable al tamaño de la pantalla si lo exportábamos como HTML o EPUB. Para nuestro infortunio, ese cambio de formato requiere de la reedición de cada PDF debido a las inexactitudes del OCR.

Fue así como de la lectura aprendimos a digitalizar y, más adelante, a hacer publicaciones digitales. Este traslado no hubiera sido posible si en el camino no nos hubiéramos encontrado a ScanTailorTesseractSigil y Calibre. ScanTailor nos permitió ahorrar recursos computacionales y prescindir de software propietario para el posprocesamiento de páginas escaneadas. Tesseract satisfizo los mismos rubros pero en relación con el OCR. Sigil nos enseñó que para la producción de publicaciones digitales no era necesario usar productos de Adobe. Por último, Calibre nos mostró la importancia de las bibliotecas digitales y los metadatos. Nuestro asombro de tener software «gratis», ligero y sin necesidad de lidiar con publicidad o con virus se hubiera quedado ahí si en el sitio de ScanTailor no se hiciera énfasis en que este programa no solo es gratuito, sino también libre. En ese momento descubrimos el software libre y después, por medio de Tesseract, el código abierto, y de ahí a Creative Commons y la cultura libre.

Pero ¿qué son el software libre o el código abierto? Personas con vasto camino recorrido en el desarrollo de programas computacionales como Bryan Cantrill admiten las ambigüedades sobre lo que de manera cotidiana y entre ingenieros se dice que es el software. Por otro lado, la milenaria historia de la filosofía nos expone de manera recurrente la falta de consenso en torno a lo que se entiende por libertad. Pero estas dificultades se subsanan un poco al observar que el sintagma «software libre» es la manera en como se hace referencia a un movimiento de hackers y activistas cuya praxis llevaría a lo que hoy en día se conoce como «cultura libre» y, como ya lo has anticipado, a lo que llamo «edición libre».

Este movimiento empezó a mediados de los ochenta cuando las restricciones legales le impidieron a programadores del MIT tener acceso al código fuente de la impresora de su oficina. La próxima vez que batalles con tu impresora, recuerda que esto provocó el surgimiento de un movimiento que se opone al copyright y que hoy en día su software libre está presente en el 96% de todos los servidores, en las 500 computadoras más poderosas y detrás de lo que hace posible tu comunicación en redes sociales o mensajería instantánea.

La oposición al copyright se hizo mediante un artificio legal, que entre las comunidades del software libre se le llama «hackeo de la ley». Con una licencia libre el titular de los derechos de autor permite el uso, estudio, distribución y mejora de su obra sin necesidad de un consentimiento expreso ni de un pago de regalías, pero también sin garantía y con mención expresa de la autoría. De manera formal a estas libertades se les conoce como las cuatro libertades que definen al software libre.

Desde su primera formulación, el software libre se distingue por condicionar el uso de la misma licencia a cualquier programa derivado. Se dice que esto es para evitar coartar las libertades adquiridas sobre el software. No obstante, esta cláusula no fue del agrado de algunos integrantes y pioneros del movimiento. Se argumentaba que esto desincentivaba la adopción del software libre por parte de la industria ya que no permitía tener competitividad a través de la gestión de la propiedad intelectual, lo que ellos denominaron «libertad de empresa».

Por ese desacuerdo, a principios de los noventa la iniciativa del código abierto se bifurcó del movimiento del software libre. A diferencia de las licencias libres, las abiertas no tienen la cláusula «virulenta» —según lo expresan quienes no están de acuerdo con esta condición— que evita reservar las mejoras de un programa. La consecuencia de esta aparente pequeña diferencia es que empresas como Google, Amazon, Facebook, Apple y hasta Microsoft (Gafam) han terminado por apostar por el desarrollo de código abierto. En este modelo de desarrollo por lo general hay una comunidad de base para un programa que estas y otras compañías absorben, mejoran de manera propietaria y redistribuyen para la extracción de plusvalía.

El término «absorción» es para enfatizar que las relaciones entre comunidades y empresas de software por lo general no es equitativa. Por ejemplo, en 2019 Amazon pretendió absorber el trabajo de MongoDB, un proyecto abierto de servidor de base de datos, al presentar DocumentDB, un servicio de este tipo de servidor. Las críticas de la comunidad de MongoDB no se hicieron esperar ya que acusaron a Amazon de tomar su trabajo y de no cooperar para la manutención del proyecto. Para evitar que esto volviera a pasar, MongoDB cambió su modelo de licenciamiento para restringir su uso para servicios en la nube. Sin embargo, esto hizo caso omiso a las cuatro libertades y, con ello, de manera formal MongoDB dejó de considerarse un proyecto de código abierto. El daño colateral de esta decisión fue que MongoDB dejase de ser usado por Amazon y por comunidades o compañías en pos del software libre o del código abierto (FOSS, por su siglas en inglés).

Como puede observarse, el FOSS tiene dimensiones económicas, políticas y sociales que desbordan su definición formal. Por un lado, las cuatro libertades giran en torno al uso del software; es decir, la definición formal del software libre consiste en declarar qué es un software de uso libre, con énfasis en las palabras «de uso». Por el otro, esta libertad en el uso de un objeto no siempre va de la mano con la libertad de los sujetos que lo producen, como el caso de MongoDB, ni de quienes terminan afectados por su empleo.

Sostengo la opinión de que no es coincidencia, aunque tampoco causalidad, que Gafam y más empresas en Silicon Valley o en Shenzhen son las que más generan plusvalía a la par que también son la industria que más usa FOSS. Sin las millones de horas de trabajo donado por parte de comunidades, ¿qué sería de estas compañías? El FOSS les ha permitido disminuir costos y personal, además de maximizar sus ingresos a través de la conversión de productos en servicios.

Hasta aquí podría decirse que estoy cometiendo el error de criticar al software libre por lo que ha sido posible gracias al código abierto. No obstante, la diferencia fundamental entre ambos —a saber, la exención de la cláusula «virulenta»— por lo general se matiza una y otra vez entre las comunidades alrededor del FOSS, hasta el punto que en la práctica pasa por desapercibida… hasta que las trifulcas legales se vislumbran en el horizonte. Debido a esto, me parece que la diferencia entre uno y otro es más perceptible en un contexto jurídico-legislativo o económico, donde las licencias libres o abiertas tienen derechos y obligaciones distintas, que uno histórico, social o político.

Para observar de manera nítida la índole de esta diferencia, quizá sea oportuno un caso donde la matización permite a ciertos actores el uso de FOSS para la restricción de libertades. Este es el caso del Departamento de Defensa de EEUU que en la práctica asiente en la equivalencia del software libre y el código abierto. La conveniencia del FOSS ha permitido que este se use en la maquinaria bélica del ejército estadounidense, como en los drones Predator y Reaper que se han utilizado en operaciones en Afganistán, Iraq, Pakistán, Siria y Yemen.

En estos casos, el seguimiento de los términos de las licencias han permitido que el software libre esté en la base para el manejo a distancia y con tabletas Android de objetos voladores que —en honor a sus nombres— ejercen la función de predadores y de parcas de combatientes, pero también de miles de civiles que por «accidente» han sido bajas colaterales en la guerra contra el terrorismo. ¿Con cuánta convicción se puede decir que en todos los casos o como causa y efecto el uso de software libre traerá consigo la constitución de sociedades libres, como varias personas entusiastas del FOSS argumentan o incluso anticipan a cada instante? Por ello, me parece importante enfatizar que la definición formal del software libre es y solo es la delimitación de los usos posibles de un objeto —el código— y no la constitución de sujetos o comunidades libres, como su manifiesto lo sugiere o este artículo la explicita al indicar:

Capacitando a los alumnos en el uso del software libre, las escuelas dirigirán el futuro de la sociedad hacia la libertad, y ayudarán a los programadores talentosos a dominar el oficio.

Richard Stallman, el fundador más reconocido del movimiento del software libre, pasó por alto que hay currículas escolares para enseñar El arte de la guerra, cuyo campo de dominio no requiere de una apuesta a favor de las sociedades libres.

Antes de ser acusado de haber llevado a cabo una hipérbole o de que mi intención es desechar los logros del software libre, el pasado estudio de caso es para poner sobre la mesa el término «uso». Este ejemplo de uso de FOSS para la restricción de libertades no es el único, también están los casos de uso de código abierto por parte del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de EEUU para la detención de niños migrantes; de Kylin, una distribución de GNU/Linux hecha para el ejército y el gobierno de la República Popular China, famosos por la cibervigilancia de sus ciudadanos y el uso sistemático y automatizado de su sistema de créditos sociales; de la transición de la Federación de Rusia a sistemas operativos libres a la par de su conocida política de censura de internet, o de los constantes y más sonados casos de vigilancia por parte de Gafam, que por cumplimiento de la ley una y otra vez dan los datos de sus usuarios a agencias policíacas, sin importar que los afectados sean periodistas, activistas o protestantes en lugar de criminales. De nuevo recordemos, el sistema operativo libre GNU/Linux corre en prácticamente todos los servidores a nivel global, esto incluye los que se emplean para la cibervigilancia, la censura y la guerra.

No es mi intención denostar los esfuerzos de las comunidades que se gestan alrededor del FOSS, como parte de estas comunidades tengo la convicción de las oportunas posibilidades políticas y sociales del uso de software libre. Sin embargo, esta certidumbre viene de la mano de un distanciamiento crítico que me impide obviar o callar que varias de estas posibilidades suponen un uso ético del software que no es obligatorio para darle cumplimiento formal a sus licencias. En este punto tal vez te preguntarás, qué tan compartida es esta preocupación en las comunidades de las que formo parte. Por desgracia la respuesta no es alentadora, ya que cada vez que comparto este desasosiego no escucho voces de apoyo en canales públicos. De hecho, he sido acusado de posicionarme del lado derecho o de carecer de ingenio sobre esta cuestión, sin importar mis más de diez años comprobables de activismo a favor de la cultura libre o mi formación académica en torno a la crítica de la propiedad intelectual que poco a poco me llevó de dos a tres jornadas laborales y a una precarización que en el acontecimiento de una pandemia dio fin a mi carrera como editor.

En las comunidades en las que habito este lado B del software libre por lo general es pasado por alto mediante el argumento de que la tecnología, como un cuchillo, puede ser usado o abusado. A mí me intriga esta manera de darle fin a la cuestión: en lo personal no encuentro un goce en comparar una práctica que amo —sí, aún amo hacer software libre— con un objeto afín a mi voluntad de poder. Me parece que el término «uso» no permite observar que la crítica no es hacia un objeto que se utiliza hasta su abuso ni se dirige al supuesto llamado a su «cancelación». En su lugar, el análisis es en torno al sujeto que se piensa a sí mismo como libre por el empleo de un objeto que lo asocia con uno de los símbolos más antiguos para el ejercicio del poder: ¿qué clase de sujetos o sociedades libres son si su condición de posibilidad es el uso de una hoja afilada?

Las libertades que se pensaron en los ochenta para el software hace varias décadas han mostrado cuán oportuna es su reestructuración. El esfuerzo más notable en este sentido son las licencias que basan sus libertades en los usos justos o buenos del software, como la Licencia Editorial Abierta y Libre (LEAL). Sin embargo, en más de una ocasión no deja de ser arbitrario lo que se entiende por «justicia» o por «bondad». Es decir, en el problema contemporáneo de delimitar los usos libres del software se realiza un traslado hacia sus usos justos o buenos. Pero, de nueva cuenta, esta articulación deja sin disputa el enfoque que privilegia a los objetos y sus usos, antes que los sujetos y la manera en como se organizan para su producción.

Esta manera de ver las cosas y a nosotros entre ellas es una perspectiva recurrente en las industrias tecnológica y editorial. Acorde a los registros públicos de ISBN en México, en 2019 y 2020 hubo una disminución de casi el 20%. Esta caída en los registros comenzó con las nuevas políticas culturales que finiquitaron becas y programas para la publicación con fondos públicos. Tal fue el interés de la industria mexicana del libro en la producción subsidiada e incesante de papel impreso que su venta y distribución, así como la formación de nuevos lectores, quedó desatendida o subordinada a intereses comerciales. Una pandemia vino a hacer patente este descuido. Sin ferias y con una comercialización concentrada en espacios no esenciales, como las librerías, varias editoriales, comenzando por las más pequeñas, se han visto forzadas a cambiar sus actividades o a abaratar sus costos para mantenerse a flote.

Todavía carecemos de perspectiva histórica para reflexionar de manera más objetiva sobre este acontecimiento. No obstante, en los registros públicos de Indautor dicha caída no tiene parangón. Viviana Románal analizar la industria editorial argentina durante el siglo XX, habla de una «fuerte caída» en la producción de libros entre 1976 y 1979 debido a la dictadura. Esta caída es de casi un 25% en tres años. En un futuro próximo será interesante analizar si en ese mismo lapso de tiempo la caída de la industria editorial mexicana por la implementación de nuevas políticas culturales y por una pandemia fue menor o mayor a la sufrida por el sector argentino durante su última dictadura.

En vísperas de un futuro poco alentador para la industria del libro en México y ante las fisuras en la definición formal del software libre, entiendo a la edición libre como una postura crítica y una apuesta política sobre el uso libre de software para la edición de medios. En inglés la palabra «free» cabe entenderse como «gratis» o «libre». Ante esta ambigüedad, la filosofía del software libre indica que debes comprender lo free como libertad de expresión y no como cerveza gratis. Para la edición libre te pido pensar lo libre como libertad social y después como individuo libre.

¿Cómo podría ser la «libertad social» para los gremios de editores? Para ello empezaría por voltear a ver la historia del rol de la prensa para la gestación de la conciencia de clase y la articulación de movimientos obreros o campesinos en América Latina durante el siglo XX. La historia del movimiento del software libre nos permite percibir cómo una definición formal de la libertad mediante la apolitización del término «uso» puede reducir el debate sobre «lo libre» a tecnicismos legales e informáticos que obvian, omiten o agravian algunas libertades o derechos civiles. Como la edición abarca más que el uso de software para la producción de publicaciones, las nociones sobre lo que entendemos por «libertad social» no se restringen al software libre ni exigen una mayor coherencia política a sus movimientos, aunque esto también sea conveniente para sus anhelos de sociedades libres.

El punto de partida en el análisis histórico del uso de la prensa por movimientos sociales en nuestra región no es porque esta sea más importante que otros medios. La posición privilegiada que tiene el libro, hasta el punto de ser el medio más renuente en ir a los sujetos y, en cambio, está a la espera de que ellos acudan a su espacio de dominio —a saber, las librerías y bibliotecas—, forma parte del enfoque que ejerce un mayor énfasis a los objetos y sus usos que a los sujetos y su organización.

En un sentido histórico y actual, las bibliotecas y las personas alrededor de ellas han sido aliadas en las luchas en pos de la libertad de prensa y los derechos civiles. No obstante, en las últimas décadas las políticas culturales del Estado mexicano han ido desarticulando la red de bibliotecas públicas. Este fue el principal motivo que a nosotros nos llevó a la digitalización y la edición con software libre. En ese lapso existen ejemplos notables de revitalización, como el esfuerzo de Daniel Goldin y compañía cuando fue director de la Biblioteca Vasconcelos o del poco conocido caso de la Biblioteca del Viento de Laura Pizano, la cual en un bibliobús recorrió junto con Cyril Demouy diversas comunidades rurales en Colima para el fomento a la lectura. Aunque estas iniciativas hacen patente que aún hay personas en México para las cuales la lectura tiene una función social y política, también ponen de manifiesto los límites de la relación entre las bibliotecas y el Estado. A Daniel Goldin le costó su «renuncia», a Laura Pizano el cese de financiamiento público para el mantenimiento del autobús.

La edición libre la pensé en un primer momento desde mi praxis con la prensa y la lectura, pero no se restringe a publicaciones impresas o libros electrónicos. Cualquier medio que requiera del uso de software para su producción, es un medio que puede ser parte del movimiento de la edición libre. Artistas, músicos, actores, intelectuales, libreros, impresores, distribuidores, productores, promotores, programadores —el software también cabe entenderse como un medio hacedor de objetos y de otros medios— y cualquier persona que aún piensa que los medios son relevantes para la construcción de mejores mundos son bienvenidas a la edición libre.

Cabe decirse que esta solicitud desborda las posibilidades y los alcances de los diferentes tipos de editores. Incluso, puede argumentarse que en la crisis global actual las condiciones materiales para esta clase de organización está lejos de ser posible. En las comunidades en las que transito de manera privada también he sido señalado de utopista e idealista en un mundo donde cada vez más personas consienten y se quedan expectantes de su creciente y concreta distopía. No obstante, fueron las crisis recurrentes en el siglo XX en América Latina las que catalizaron las injusticias sociales en movimientos obreros o campesinos. Entre los obreros de la edición también son recurrentes la precarización de la mano de obra, las extenuantes jornadas laborales y la falta de bienestar que llevaron a quienes nos antecedieron a la organización. Además, es importante notar el papel de la prensa para esta articulación a través de la publicación de periódicos, semanarios, folletos y libros que fueron repartidos entre obreros o que funcionaron como plataformas públicas para hacer escuchar su voz.

Como es de esperarse, esto también atrajo la mirada de entidades estatales, empresarios y latifundistas que no dudaron en usar sus hojas afiladas, su plomo, sus legislaciones y sus medios de comunicación para justificar las masacres que ejecutaron y para legitimar la censura de estas voces. Por suerte, entre las comunidades alrededor del software libre hay personas cuyas capacidades técnicas permiten la constitución de sistemas de comunicación y de difusión que anomizan a sus emisores o que cifran el envío de mensajes. Estas capacidades posibilitan la organización de editores de medios sin recurrir a servicios de Gafam, así como dificulta las capacidades de la cibervigilancia estatal.

Uno de los logros políticos del movimiento del software libre es la constitución de infraestructuras para medios de comunicación autónomos. Con ello hace posible la socialización y la descentralización de los modos de producción de la información en un mundo donde el recurso más valioso ya no es el petróleo, sino los datos. Además, el creciente uso de FOSS por parte de las empresas más rentables y los Estados con mayor injerencia en el ámbito internacional permite otro «hack», aunque no de índole legislativa, sino política. La dependencia a tecnologías libres da una garantía de que su uso difícilmente será desaprobado. No obstante, los constantes esfuerzos por prohibir el cifrado de punta a punta muestran la fragilidad de los usos libres del software si estos dejan de orquestarse en torno a la infraestructura de telecomunicaciones y en cambio se orientan a solo proveer software como servicio.

Las limitaciones expuestas del software de uso libre caben entenderse como desventajas, pero también como áreas de oportunidades. Para ello se requiere de una planificación estratégica y táctica para los modelos de desarrollo de software que no privilegien los usos comerciales sobre los fines políticos. Por ejemplo, sería interesante el siguiente ejercicio mental. Imaginemos que por un «evento» sin precedentes los titulares del software de uso libre un día se levantasen con la voluntad de reavivar el debate sobre la definición formal del software libre y, en su camino, consensúan que el software no puede ser considerado libre si el ejercicio de esta libertad va en contra del mayor beneficio público. Esta postura utilitaria en realidad no es tan desatinada. La definición formal del software libre ya restringe ciertos usos que no favorecen la continuidad de su licenciamiento, ¿por qué no desfavorecer los usos que no den beneficio público en su lugar? Además, la mayoría de estos propietarios asienten en la pragmaticidad del uso de software libre, así que lo más extraño para ellos es el término «utilitarismo» pero no lo que esto implica. El mayor inconveniente es que esta otra manera de formalizar la definición del software libre requiere dejar de ver el uso de un programa de cómputo como la licencia de una obra sujeta a derechos de autor. En su lugar, el uso de software libre se percibiría como un contrato que se delimita por el derecho laboral.

En este experimento mental asimismo permitamos imaginar que este súbito cambio sistemático en la actitud de los productores de software alimenta los ánimos de los productores de otros medios para que opten por infraestructuras autónomas y comunitarias para la difusión y la organización de su producción. En semejantes eventos sin precedentes, ¿cuáles serían las consecuencias que este efecto de red tendría sobre una población global que consume contenidos, los servicios propietarios de Gafam y compañía que se dedican a la minería de datos, y la infraestructura pública gestionadas por los Estados que favorecen la extracción de plusvalía y la cibervigilancia?

Para terminar, otros retos adicionales son organizativos y pedagógicos. Entre las redes de comunidades en pos del software y la cultura libres habemos muchos obreros que percibimos sus capacidades para la organización política. No obstante, este entusiasmo pronto muestra que aún tenemos un largo camino por recorrer para que esta voluntad se transforme en conciencia de clase. Entre una currícula escolar que no se planeó para fomentar la organización política y en su lugar apostó por la dependencia de las comunidades hacia las autoridades, y en un contexto de precariedad laboral que se alimenta del ensueño sobre el éxito individual, tal vez es momento de aceptar que nuestra generación con probabilidad no es la indicada para ser la protagonista de esta historia. Pero esto no quiere decir que carezca de una posición clave. Las personas que nacimos antes o durante el surgimiento del uso masivo de software contamos con una perspectiva que puede aportar al florecimiento de la conciencia y la praxis necesarias para afrontar las crisis políticas, económicas y del medio ambiente del presente y del futuro.

El aprendizaje del uso de tecnologías libres permite tener un enfoque más amplio y profundo sobre cómo la infraestructura pública de telecomunicaciones y la economía de mercado se está orientando a un mayor control y vigilancia mediante grandes inversiones para su desarrollo tecnológico. El reto es que la mayoría del material pedagógico disponible para esta enseñanza no es accesible para el grado de literacidad de muchas de las personas que no estudiamos de manera escolarizada esta clase de tecnologías. Ahí hay un amplio nicho donde la edición libre puede producir distintos medios para fomentar estos aprendizajes. Sin embargo, el paso de la edición con software libre a la edición libre está todavía en un punto crítico y prematuro de gestación. El software ya está liberado, pero aún falta la liberación del hardware y de nuestras conciencias para que esto permeé en la organización de los modos de producción y en la constitución de las subjetividades. La edición libre es una idea para la praxis en espera de su adopción por parte de comunidades. Nosotros aún estamos aprendiendo a ser editores libres, ¿nos acompañas?

 


Nika Zhenya es Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de México. Forma parte de Programando LIBREros, una unidad de obreros de la cultura que se dedica a la producción de proyectos editoriales hechos con software libre o de código abierto, al desarrollo de tecnologías libres para la edición y a la elaboración de propuestas jurídicas a favor del software, la cultura y la edición libres. Para mayores datos pueden contactarlo en hi@programando.li