En general, hemos considerado a la historia como algo profundamente ligado a las fuentes escritas. Esta noción derivada de la visión rankeana (y considerada científica) tiene algo que ver, pero no mucho, con la historia de los pueblos. Los irlandeses tenían sus bardos, los griegos sus tragedias, la oralidad de los incas; todas fueron formas de transmitir la historia. Ésta tiene varias funciones: una es la legitimación de un tipo de sociedad determinado; otra es el de la memoria y la transmisión de experiencia, digamos las lecciones del pasado; una última, es la de la constitución de un grupo social a través de la creación de una historia compartida que define identidades colectivas. Así, la historia oral se convertía en la base material necesaria del sentido común y de las estructuras de sentimiento imprescindibles tanto para la dominación como para la liberación del oprimido. En este sentido, la oralidad es la forma mas antigua de transmisión.
Ahora, no toda cuestión oral es historia oral. Existen múltiples formas de oralidad, que son válidas y útiles, pero que no son historia oral. La labor de entrevista que hace un periodista es oralidad; el trabajo de antropología cultural también lo es; y ni hablar del análisis lingüístico y del discurso. En el caso de la historia oral sus pautas distintivas tienen que ver sobre todo con el hecho de que a través de la oralidad se trata de disparar la memoria para lograr una forma mas completa de comprensión del proceso social.
Si la historia es el ser humano, en sociedad y a través del tiempo, entonces la oralidad proveé una fuente al investigador para aprehender tanto la subjetividad de una época, como para percibir una serie de datos que de otra manera no han quedado registrados. Digamos, el testimonio (más allá de su belleza o cualidad emocionante) tiene sentido para el historiador mucho más allá de su construcción como discurso, como narración, o como imaginario. Su sentido lo da (o no) el que proveé una ventana particular para mejorar nuestra comprension de una sociedad determinada. Así, el historiador que se dedique a la historia oral debe utilizar no sólo las técnicas de la oralidad sino sobre todo las del historiador, tomando todos los recaudos necesarios tanto al interrogar la fuente como al construir una explicación a partir de ella. Si no hay explicación, si no hay proceso, si el uso de la oralidad no sirve para explicar el proceso histórico, entonces el análisis puede ser válido y hermoso pero no es historia oral.
Por otro lado, y debemos aclararlo, de ninguna manera es la historia oral la historia de «los sin voz». Como toda historia, es una construcción del historiador con los historizados. Lo que sí permite, es acceder a sectores no dominantes de maneras innovadoras. O sea, sino fuera por la oralidad en general todo lo que podemos hacer es ver a los oprimidos a través de las fuentes gestadas por los opresores.
De todas maneras, yo no creo ser un historiador oral, creo ser un historiador. Sólo el mal historiador usa parte de sus fuentes disponibles; yo trato de recurrir a todas las posibles. De ahí que cuando encaré el tema de la guerrilla del PRT-ERP conseguí mucha información escrita, pero sabía que lo cualitativo, lo subjetivo y también una cantidad importante de datos no se podían obtener de otra forma que no fuera de la memoria de los protagonistas.
La entrevista a continuación, con Humberto «el Pelado» Tumini, fue una de las primeras que realicé en la investigación sobre el PRT-ERP. Yo había entrevistado algunos militantes de base previamente, pero Tumini era el primer cuadro de dirección al que accedía. Es más, él no sólo era un viejo militante del PRT sino que continuaba (y continúa el día de hoy) militando como dirigente de la Corriente Patria Libre. En este sentido la entrevista era sumamente compleja. Por un lado, la información (tanto los datos como las opiniones) que podía brindar eran importantes para mi investigación. Por otro, Tumini era un viejo cuadro cuyo discurso estaba muy estructurado y cuya visión necesariamente debía estar muy influenciada por sus opiniones e intereses políticos presentes, además de que me temía que expresara «la historia oficial» partidaria. Asimismo, «el Pelado» era un canal de acceso y un aval para hablar con muchos otros posibles testimoniantes.
Cuando nos reunimos por primera vez estaba presente María Cecilia Scaglia que había sido la que me brindó el contacto con Tumini. Por un lado estaba bastante claro que el testimoniante tenía mucha disposición para colaborar en la construcción de su testimonio. Varias veces hizo comentarios respecto de que los viejos tupamaros uruguayos estaban haciendo su historia y que eso le parecía sumamente importante. Inclusive rescató el trabajo de Luis Mattini, que acababa de ser publicado por primera vez, a pesar de señalar que tenía diferencias de interpretación. Así, quedaba muy claro que Tumini esperaba que la discusión fuera sobre todo política en un contrapunto constante entre sus recuerdos de época, su visión actual, y las discusiones que había tenido con sus compañeros tanto en la cárcel como en Patria Libre.
Pero yo quería algo mucho más complejo. Me interesaba su visión y sus conclusiones, pero también quería algunos datos más duros, y sobre todo me interesaba tratar de aproximarme a la subjetividad del militante «setentista». En este sentido un discurso absolutamente coherente y muy armado –o sea el que podía brindar con facilidad el viejo cuadro guerrillero– podía resultar absolutamente contraproducente. De ahí que opté por estructurar la entrevista a partir de la relación entre la vida, la política y la familia. Al mismo tiempo, quería articular algunos temas que sirvieran de disparador de la subjetividad poniendo en juego las opiniones del entrevistado. Así, mi idea inicial era tratar de cambiar el registro con periódicas referencias a la familia, o con temas delicados (y que podían ser tomados como provocaciones) como el del «culto a la muerte», y contrastando la opinión de Tumini con lo que escribían Mattini y otros autores sobre la militancia «setentista».
Del dicho al hecho hay mucho trecho, dice el refrán. A veces mi planificación salió bien y otras no tanto. Lo que fue surgiendo es el esfuerzo que Tumini hacía por comprender lo que yo buscaba, por hacerme entender su punto de vista, y por preservar la coherencia de su narración. Esta coherencia es central en su testimonio puesto que en el mismo subyace un hilo conductor en el cual surge la identidad militante que ha forjado su vida. Su experiencia de vida es la de un militante revolucionario argentino y, sobre todo, cordobés. En este proceso de construcción, de tiras y aflojes, se fueron trazando ejes de la entrevista y de sus significados. Según Gerardo Necoechea: «La marca del buen entrevistador […] consiste en saber cuándo dejar correr el torrente del recuerdo y cuándo ceñirlo». Para mí esto fue por demás difícil, sobre todo porque la tendencia era a tratar de ceñirlo más de la cuenta para intentar profundizar o aclarar ese discurso coherente y militante. Más aún, esto fue complejo porque varias veces, y muy civilizadamente, chocábamos en las interpretaciones o simplemente no nos entendíamos.
A pesar de lo anterior fueron surgiendo una cantidad de cuestiones que se convirtieron en ejes de la investigación posterior. Así el testimonio de Tumini revelaba y ponía en cuestión toda una serie de cosas en torno a la sociedad de la época. Por ejemplo, el hecho de que la politización y lo que se puede denominar la toma de conciencia, fueron más un proceso de sentimientos y de redes sociales (amistades) que ideológico o político en su sentido más común. De hecho, fue Tumini el que me hizo repensar temas como la cultura partidaria, la relación entre la sociedad en general y la guerrilla, la violencia endémica en la Argentina, o el tema de la composición social del PRT-ERP. Una de las cosas que quedaban claro en su testimonio es que Tumini no era excepción, o alguien particularmente exótico en la sociedad argentina. Más bien, su vida era bastante típica y su acceso a la militancia también. Digamos: la militancia era una extensión natural de las inquietudes y de la realidad de amplios sectores sociales argentinos de la época.
Por otro lado, al haber entrevistado a otros militantes previamente, también tenía noción que en el testimonio había datos que eran fehacientes y podían ser cotejados con la documentación disponible. Pero también, que había fuertes diferencias de interpretación como por ejemplo en cuanto a la calidad del desarrollo del PRT-ERP en el Noreste argentino. Tanto unos como otros eran sumamente útiles para comenzar a forjar una interpretación propia.
Debería quedar claro que si bien el testimonio se construyó en largas horas de entrevista y en varias reuniones espaciadas a través de meses, que el mismo fue producto de sus inquietudes y de las mías. Así una serie de temas no fueron tocados (y quizás deberían haberlo sido) con la profundidad que ameritaban. De hecho la entrevista revela tanto sobre el entrevistado como sobre el entrevistador, y sobre las limitaciones de la investigación realizada en ese momento.
Por último, fue en esta entrevista que elegí un método que guiaría todas mis entrevistas posteriores: el de darle un final abierto a la entrevista. Este final tuvo dos ejes. El primero era preguntarle qué era el socialismo para él. Y segundo, solicitarle que hiciera un balance del por qué la derrota del PRT a partir de las interpretaciones de otros protagonistas.