Imagine el lector a una persona de las clases medias de Buenos Aires. En una semana cualquiera quizás va al shopping o al supermercado, llama a su banco o a su tarjeta o a una empresa por una consulta cualquiera, recibe en su casa un envío en moto, viaja en el subterráneo y, cuando se prepara para salir, se arregla y se perfuma. Las góndolas, el teléfono, el sobre, el molinete y el frasco sólo tienen en común que son cosas. Mejor dicho, cosas hechas por personas, a diferencia de las piedras y los mares. Son mercancías regidas por el fetichismo señalado por Marx a mediados del siglo XIX, pero no por conocido desde entonces, menos eficaz. Creemos que nos relacionamos con cosas (carteras, fideos, vagones), pero esas cosas condensan una serie de relaciones sociales que nos resultan invisibles o que invisibilizamos. Decía Marx que lo que adquiere para los seres humanos «la forma fantasmagórica de una relación entre cosas, es sólo la relación social» (1987). Este quid pro quo constituye el fetichismo de la mercancía, al tornar invisible el hacer humano. De las cosas parece emanar una voluntad propia: «los subtes andan mal», «los teléfonos no responden».
El libro que el lector tiene en sus manos realiza varios movimientos contra esa fetichización. El primero es mostrar, describir y reconstruir relatos de los trabajadores, los productores, los que hacen que esas cosas existan o funcionen. En particular, de las personas que trabajan en Wal Mart, en call centers, en subterráneos, como mensajeros y trabajadoras industriales de cosméticos. Podemos pensar que si en el Manchester del siglo XIX conocer a los trabajadores implicaba necesariamente hablar, como hiciera Engels, con obreros y obreras textiles, actualmente no podrían estar ausentes varios de los sectores de servicios investigados en este trabajo.
Lo segundo que hace el libro es reponer condiciones cotidianas en que esas personas realizan sus trabajos. Condiciones de salubridad precarias, situaciones de riesgos evitables, exigencias de una productividad donde los cuerpos son lugares de regimentación, mecanismos de individualización, autoritarismo y profundo desprecio hacia los trabajadores por parte de varias empresas. Se trata de problemas supuestamente conocidos, pero que una y otra vez han vuelto a ser invisibilizados. Porque, de hecho, al leer estas páginas percibimos claramente que los trabajadores, en su rutina, carecen de cualquier derecho elemental de ciudadanía política, que son inmediatamente despedidos y perseguidos si atinan a realizar un reclamo elemental, que muchas veces encuentran que los delegados sindicales son prótesis de la propia empresa. Es entonces inevitable conmoverse cuando resulta evidente que a múltiples espacios laborales la democracia argentina nunca ha llegado y que reina allí la plena dictadura. Y preguntarse cómo puede fluir la vida entre shopping malls, perfumes y tantos servicios, mientras los hacedores de esas maravillas ofrecidas en mercancías relucientes trabajan en condiciones de represión política. O preguntarse por qué hay tanto consenso en darle baja visibilidad a esas realidades. Para usar un concepto señalado aquí por Abal Medina y Crivelli, se trataría de un doble «destierro de la alteridad». Primero, como dispositivo político de gestión de empresas; segundo, como invisibilización del dispositivo y sus víctimas.
Fragmento del prólogo de Alejandro Grimson