Esta es una novela atrapante sobre las distintas formas del vuelo. Sobre el volar y el sobrevolar la vida. Volar tiene entre nosotros distintas acepciones desde el vuelo propiamente dicho hasta los usos metafóricos y poéticos, pasando por los vinculados a los alucinógenos y las referencias explosivas, -volar un edificio- por ejemplo. Algo de todo esto trasunta este Pegasonegro. Cocoa, su protagonista comienza sus vuelos y sobrevuelos en aquellos agitados días de fines de 1975 cuando el ERP atacaba el Batallón 601 con asiento en Monte Chingolo, cerca de Lanús, y Videla nos deseaba Felíz Navidad desde el Monte Tucumano advirtiéndole a la presidente Isabel Martínez de Perón y a quien quisiera escucharlo -que le quedaban sólo 90 días para rectificar el rumbo-. El plazo se cumplía el 24 de marzo de 1976. Por aquellos días, aquel muchacho con aspiraciones montoneras toma contacto con Lola, toda una mujer en varios sentidos. Le enseña lo único que él cree que puede enseñarle, a bucear. Lola lo sabe todo, en ella Cocoa ve algo sublime y cercano, próximo y lejano, es ante todo una militante, una monto, pero está buenísima y tiene la marca en el orillo, en sus modos y dichos, de una chica como él, de una -Olivos girl-, hay mucho en común en esa especie de conjunción en conocer y querer -la buena vida- y mejorarle la vida a los demás. Lola desafía y hay que desafiarla a romper con la moral montonera lo que no le cuesta tanto como Cocoa suponía. Hay mucho mar en esta novela y mucho sumergirse, hay el buceo permanente en búsqueda de algún tesoro que le de sentido a la vida. Martín sugiere, no quiere hacer explícito lo que sabemos sobre el horror, prefiere lo explícito para las escenas de placer, para el sexo que sobrevuela con un erotismo que va y viene toda la novela. El Pegasonegro pega un salto brusco desde el 76 y los festejos familiares en la casa de Cocoa, como en tantas otras casas de clase media, alta y no tanto, a la guerra de Malvinas, a su función militar como piloto civil, ya como Félix, porque en la guerra -legal- pierde su nombre de guerra. Ve las miserias de algunos milicos en momentos en los que se esperaba otra cosa de ellos. Ve cosas que no debe y sabe distinguir entre los efectos de una pepa y lo alucinógeno de aquellos días de patria y fulgor en los que sigue habiendo huellas de un pasado que emerge a pesar de los sumergidores. El contacto con la muerte, ver los aviones destrozados, las noticias de las muertes sucesivas de pilotos conocidos por Cocoa, lo codean con la muerte, muerte distinta a la que no llegó a ver de cerca en el 76, cuando eligió el exilio interno y las profundidades de Puerto Madryn. El relato pasa de la muerte a la droga, el alcohol y la violencia, una forma de -volarse- la vida, de autodestruirse como lo hace Javier, ex militante devenido en jonkie sin cura posible. El amor no buscado pero negado, el amor vinculado al azar, el amor como trampa mortal cabalgan a lomo del -Pegasonegro-, hasta llegar a la última acepción entre nosotros de la palabra -vuelo- y la aparición del mejor Cocoa, el que pudo elegir entre -volarse- la vida y volar sin dejar de tener los pies en la tierra, por Lola, por Javier, por él y por todos. El vuelo del Pegasonegro me conmovió por muchos motivos, recuerdos de una época muy bien descripta por Martín, por el afecto que siento hacia él, y por que eligió para su primer novela hacer un poco de justicia desde donde la podemos hacer nosotros, desde la historia, la de todos, la de cada uno, desde las letras, ese repensarnos con o sin permiso. Gracias Martín por este libro y por haberme hecho conocer a Génesis una tarde de 1976 mientras comentábamos que se venía la noche. Nuestras frondosas y nutridas imaginaciones, no alcanzaron para entrever lo que se venía. Pero aquí estamos para contarlo. Enhorabuena que el Pegasonegro vuelva a volar, en el mejor sentido del término.
Felipe Pigna