Comenzando por lo que encierra su nombre, Trincheras en la Historia alude a dos realidades perfectamente diferenciadas. Una objetiva: los milenarios conflictos sociales en torno a la opresión y la libertad; y otra subjetiva, vinculada con mi labor como profesor e investigador en la Universidad de Buenos Aires, y con la vivencia personal de participar en la lucha de ideas –teóricas, interpretativas y políticas– que se procesa en el plano académico.
En relación con lo primero, parto de tomar partido por las grandes mayorías populares -explotadas bajo el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo, el colonialismo, el imperialismo…-, que han hecho buena parte de la historia aun cuando raramente han logrado escribirla. Esto significa adoptar un punto de vista, una perspectiva social definida, lo cual constituye una cuestión de conciencia y de elección, de preferencias e inclinaciones, y un complejo desafío epistemológico.
Al respecto estoy convencido que de entre todas las subjetividades socialmente determinadas y disponibles, el anclaje ideológico en los intereses y perspectivas de las clases «de abajo», de los productores directos, es el que crea las mejores condiciones para aspirar a la mayor objetividad posible en el campo de las ciencias sociales.
Los que tienen poco o nada que perder, y a diferencia de otros sujetos sociales no personifican históricamente funciones de explotación y reproducción, se hallan potencialmente habilitados para determinar y asumir las visiones intelectualmente más amplias, desocultadoras y críticas de lo existente.
Respecto a la experiencia académica, nunca me he engañado. La universidad, la privada y también la pública, forma parte de los aparatos ideológicos del estado, y como tal contribuye centralmente a la elaboración y reproducción de ideas que, aun en el nivel extremo de la última instancia, acaban resultando funcionales con el orden establecido. Al mismo tiempo, trabaja para la formación de cuadros intelectuales y técnicos que, como señalaba Gramsci, le dan a las clases dominantes «homegeneidad y conciencia de la propia función», y más en general refuerzan su concepción del mundo.